Puede parecer irreverente, provocador o incluso una locura plantear tamaña posibilidad. Pero existen verdades que duelen para desagrado y quebranto de muchos. Una de ellas es que no sabemos si en el plebiscito de salida vamos a votar en una urna electoral o vamos a depositar nuestro voto en lo que podría llegar transformarse en un sarcófago constitucional, en el que yacerán los restos momificados de nuestras tradiciones históricas. Entre ellas nuestra organización política, sea en lo ejecutivo, lo legislativo y lo judicial, como también los de un sinnúmero de instituciones del Estado que nos han caracterizado hasta la actualidad como una nación relativamente estable y democrática, bajo la cual nos hemos cobijado hasta el presente.
Si bien todos sabemos que todo cambio genera incertidumbre, también lo es que, asi como hay “amores que matan”, también existen incertidumbres que matan las esperanzas de un pueblo hasta el extremo de destruirlas. Sobre todo considerando que lo que se visualiza hacia adelante no constituye en absoluto un futuro esplendor como país y como nación ante la proposición de un texto difuso y poco coherente, en el que desde ya puede visualizarse la promoción de privilegios a determinados grupos que nos conducirá inevitablemente a una mayor polarización politica en la que nos encontramos inmersos, acentuada desde el momento en que inició su trabajo la convención constitucional que se fue radicalizando a extremos insospechados.
Basta con recordar las polémicas y cambios a matacaballo de última hora, incluso trasgrediendo el reglamento que ellos mismos se impusieron, clara demostración de intentos de determinados grupos de imponer sus ideas hasta el último momento, pasando a llevar incluso acuerdos globales que no aceptaron respetar. Atrás quedó el anhelo inicial de construir un texto en base a acuerdos transversales que nos cobijaran a todos como ciudadanos libres y en igualdad de deberes y derechos como es lo que debería ser, si es que queremos continuar unidos y cohesionados como ciudadanos pertenecientes a un mismo país y un mismo territorio que hemos heredadado de nuestros antepasados, gracias a su esfuerzo y sacrificio de más de 2 siglos.
Quizás podría ser provechoso comparar el texto propuesto con el texto original de la Constitución de 1980, que contiene una infinidad de cambios masivos posteriores por lo menos hasta el año 2005, en que creímos haber elaborado un texto definitivo, sueño que los avatares de la política contingente se encargaron de destruir. La tan vilipendiada Constitución de 1980 contaba de sólo 14 capítulos, cada uno con sus respectivos artículos transcritos en 112 páginas, buen antecedente al compararlo con el texto propuesto por la convención.
En él llama la atención la rigurosa claridad en la redacción de cada uno de sus artículos que dejan muy poco espacio para interpretaciones antojadizas que faciliten su manipulación posterior, característica propia de toda Constitución que se precie y respete como tal. Lo que lamentablemente no ocurre con el texto que nos ha sido propuesto, que no solamente utiliza un lenguaje de difícil comprensión sino que deja además abiertas una infinidad de temáticas susceptibles de interpretación, convirtiéndolo con ello en fácilmente manipulable. Situación que constituye el preludio de futuras batallas políticas de largo aliento que no nos permitirán vivir en paz y armonía durante muchos años, probablemente tambièn durante varias décadas.
No se trata de defender lo que ha quedado atrás. El pasado es el pasado y el presente es el presente. Pero al menos tenemos el derecho, ya que tanto se habla de derechos, de reclamar y exigir a nuestras autoridades políticas que cumplan con el deber de proporcionarnos la seguridad perdida y ayudarnos a vivir realmente bajo el paraguas de una Constitución que sea lo más digna y equilibrada posible que nos permita una vida en libertad y plena armonía social.
Aunque dicen que “en el pedir no hay engaño”, ello no significa jugar a la ruleta rusa, en que el disparo puede salir al azar. La realidad es el aquí y el ahora, por lo que es fundamental conocer a fondo el terreno que pisamos antes de dar el siguiente paso. Para tomar decisiones importantes, y con mayor razón para las trascendentales, que pueden significar un cambio fundamental en nuestra vida, es necesario reflexionar en profundidad antes de decidir. Ante la urna electoral vamos a decidir el futuro que viene para nuestro país y no cabe duda que todos esperamos lo mejor para nosotros, nuestra familia y nuestra sociedad. Tengamos mucho cuidado y decidamos bien. Puede ser que votemos en el futuro sarcófago en que yacerá nuestra historia.
Dr. Gonzalo Petit
Médico