Falleció un hombre singular. El ex alcalde de Coquimbo y ex diputado Pedro Velásquez Seguel. Sin duda fuetodo un personaje local que transformó la vida de muchos y que también generó un profundo cambio en su comuna natal. Tuvo un largo período de luces y éxitos, pero que después se comenzaron a opacar por problemas legales, financieros y quizás también por una forma incomprendida de enfrentar su posición y su permanencia en el poder.
Según Aristoteles la posición de poder consiste en el control de algún incentivo que oriente el comportamiento de los seres humanos en sociedad. La palabra latina potere, proviene de pote est (“puede ser” o “es posible”), de donde viene nuestro verbo hispano poder, o sea, ser capaz de algo. En principio, el sustantivo poder es la capacidad de algo o alguien de hacer otra cosa posible. Pedro Velásquez por su puesto entra en este significado. Hizo muchas cosas posibles en Coquimbo.
Sin embargo en nuestras sociedades, la idea de poder está asociada también a la de autoridad y como señalaba el filósofo y jurista alemán Max Weber, el poder es la “probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”. Y Pedro Velásquez también entra en esta definición.
Sabemos que el poder político puede ser legítimo o ilegítimo, coercitivo o carismático. En este caso, Velásquez logró convencer a su pueblo de Coquimbo, logró motivar y movilizar voluntades con todas las herramientas posibles.
Pero la figura de Pedro Velásquez nos hace reflexionar sobre los cambios que se producen en la personalidad al alcanzar de manera peramanente una posición de poder. Y ojo que esto se produce en muchas personas, a todo nivel, desde la presidencia del centro de padres o la junta de vecinos, hasta la presidencia de un país.
Se dice comúnmente que “el poder cambia a las personas”, que “se te sube a la cabeza y cierra el corazón”, por el deseo de sustentar esa posición y articular un liderazgo capaz de lograr objetivos.
La necesidad de conservar esa posición, lograr objetivos y movilizar a la sociedad en función de ellos hace que a veces se deje de tomar en cuenta los estímulos emocionales de los demás. Un líder con elevado poder sí puede entender las emociones de los demás, pero ano actúa respecto a ellas; a menudo, las pasa por alto, lo cual le permite tomar decisiones drásticas, aunque con ellas afecte de manera negativa a otras personas.
Lo ideal es que todo líder evidencie una buena capacidad de reflexión, análisis, sentido crítico y paciencia , pero las personas poderosas terminan, en ocasiones, por demostrar comportamientos más impulsivos, lo cual hace que den pasos en falso o con un coste indeseado.
En fin. Es lamentable el fallecimiento de don Pedro. Pero su partida nos invita a reflexionar sobre el ejercicio del poder político a todos quienes están en esa posición y a quienes esperamos liderazgos positivos, legítimos, constructivos.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo