Desde el Centro Comunitario Cuatro Esquinas rescataron antecedentes de esta imponente especie que tendría más de 100 años y a la que muchos llegan a pedir por sus sueños abrazando su tronco. Además de esta especial aura, aún regala una refrescante sombra para el descanso de los caminantes.
Se ubica en Cuatro Esquinas con Larraín Alcalde, al costado de un conocido centro comercial, y pese a estar a la vista de todos, la velocidad de la vida diaria hace que pase inadvertido. Según los lugareños, tendría más de 100 años adornando el entorno del sector aunque poco se sabe de él. Tiene 20 metros de altura y si bien lo confunden con un sauce llorón lo cierto es que el enorme árbol de La Pampa es otra especie bien diferente que, por sus ramas inclinadas y gruesa corteza, hace creer que es de aquellos que sueltan lágrimas eternas.
Ahí al lado del árbol, muy cerca, estaba mi casa, el huerto 46”, precisa Inés Torres Medina, una de las hijas de quien fundara los famosos salchichones Medina, icónicos en el sector desde la década del ‘60. “Ahí jugábamos, era nuestro punto de encuentro de niños ese árbol que ya era grande, muy frondoso, debe tener como cien años. El juego era apostar quién cruzaba el canal que bajaba por ahí, colgando de las ramas. El que se soltaba caía de potito al agua y también jugábamos a ver quién podía abrazar el árbol y entre tres o más lo rodeábamos. Los que venían de la playa hacia el cerro descansaban ahí, porque la curva de Cuatro Esquinas era pura tierra y muy pesada para subirla. De hecho cuando nos mandaban a comprar, a veces nos íbamos en burro o en algún caballo que pasara para no ir a pie. Muy lindos recuerdos, una muy linda niñez”, recuerda ella, precisando que en más de una ocasión algunas personas intentaron cortar este gran árbol. “Siempre estuvo solo y cuando algunos intentaban cortarlo para sacar leña, mi padre lo impedía y discutía, porque él lo cuidaba y le gustaba la naturaleza. Por eso nosotros llegamos acá después que él vendió su casa, que era muy grande, en Matta con Almagro. Una vez con mi marido hicimos una marca en el árbol, un recuerdo, pero años después fuimos a verla y no la encontramos por el crecimiento de la corteza. La gente respetaba mucho al árbol, no le hacían daño, tenía un aura especial. Me alegra que nunca lo cortaran”, cuenta Inés, quien vivió ahí desde los 7 hasta los 23 años. Al visitarlo de nuevo para esta entrevista volvió a abrazarlo como antes, aunque ahora no sólo llena de felicidad, sino también con una mezcla de mil recuerdos y nostalgia reflejada en sus ojos.
En ese mismo terreno residió temporalmente Graciela Ardiles con sus padres, en una casa prefabricada que se conoció como la “casita verde” justo al lado del árbol. Si bien no trepó nunca sobre éste, recuerda una situación que le sorprendió. “Yo tenía como 5 años y mis hermanas no me dejaban subirme, porque era muy chica, pero recuerdo que hubo un aluvión en esos años y el árbol igual siguió en pie”, relata.
En su época fue reconocido por la sombra que aliviaba del intenso sol del verano, tal como recuerdan algunos de los vecinos más antiguos. “Ese árbol ya estaba cuando llegué a vivir acá en 1953. Tenía 20 años de edad y me acuerdo que ahí descansaba la gente que iba hacia la Pampa Alta”, dice Lidia Yáñez, de 92 años, en referencia al área donde por aquel entonces estaba la Hacienda El Paraíso –donde vendían leche-, Hacienda El Milagro y la casa Trento, esta última levantada a principios de los ‘50 por el inmigrante italiano Atilio Callegari, en el sector San Ramón.
Precisamente ese oasis se mantiene inalterable en medio del paisaje urbano. “Es muy fresca la sombra que da. Pasamos frío incluso en días calurosos. Acá uno se protege del sol, del calor, pero es bien helado y tenemos que salir a tomar solcito de repente. Por eso venimos abrigadas siempre”, dice Marcela Godoy, quien hace 12 años, desde temprano en la mañana, vende sus sándwich bajo la copa de este gigante verde donde disfrutan asiduos clientes que desayunan algo rápido al pasar. “Varios nos preguntan qué árbol es, cuántos años tiene, y los que vienen en polera al ratito buscan algún chaleco”, relata como anécdota, evidenciando la temperatura que regala esta especie que además ya es cábala o símbolo de energía positiva para varias personas. Así lo detalla, Rosa Bolados, que también atiende el carro de comida junto a Marcela y ha visto a muchos pedir por anhelos y sueños. “Algunos vienen a hacerlo directamente y otros cuando van pasando se abrazan al tronco y piden tres deseos. Yo hace poco también pedí tres deseos y veremos si se cumplen”, dice riendo, mientras prepara uno de los panes.
Marco Arce, nacido y criado en el sector, es otro de los que disfruta gratos momentos de calma bajo la sombra junto a su esposa, Evelyn Blamey. “Este árbol lo conozco de chico. Sé que la gente viene a pedir deseos aunque yo no lo he hecho. Pero es espectacular, muy fresquito. Es lo último que queda de La Pampa antigua”, señala, siendo respaldado por ella. “Es agradable. Muy rico sentarse acá a conversar un rato”, afirma.
Con un robusto tronco que revela los años transcurridos, este eucalipto sigue majestuoso mirando el paso de la gente, el desarrollo del sector, esperando nuevos abrazos y llevando a quien lo observa, a esa época ida cuando era emblema y punto de referencia de aquel árido paisaje pampino donde personas y animales agradecían una pausa en el andar cobijados bajo sus ramas.