La relación y el diálogo constituyen dos elementos fundamentales que nos transforman en seres humanos. En otras palabras, el lenguaje y el intercambio a través de él son dos pilares claves en nuestro proceso de humanización progresiva desde que emitimos nuestras primeras palabras en nuestro proceso de desarrollo que se inicia durante nuestra infancia.
De hecho a través de las palabras y la relación que construimos con los demás a través de ellas se construyen realidades que pueden ser muy fecundas o tremendamente destructivas. Es por ello que es necesario tener siempre muy en claro de qué estamos hablando y que tipo de relación es la que estamos construyendo, especialmente en estos tiempos en que reinan la desorientación y el desaliento propios de la incertidumbre.
Probablemente todos tenemos muy en claro la diferencia entre “víctima” y “victimario” y entendemos, o al menos creemos entender, que victima es una persona que ha sufrido las consecuencias de una agresión, burla o engaño, sea con resultado de muerte, heridas graves o leves, daño psicológico o en su patrimonio, y victimario aquel que le ha causado un daño a través de una acción de este tipo.
Hasta aquí todo parece muy bien y comprensible. Pero, ¿qué sucede cuando el victimario pretende que todos lo vean como una víctima o las presuntas víctimas se transforman a su vez en victimarios?… Ahí las cosas se nos enredan y no parecen tan fáciles de comprender y sobre todo de asimilar y aceptar como realidades tangibles y razonables, especialmente desde el punto de vista ético y jurídico.
En especial en cuanto al avance de un proceso de “victimización progresiva”, que percibimos en marcha en nuestra sociedad desde hace algún tiempo y que ha ido adquiriendo una fuerza insospechada en nuestros días. Estrategia que muchos ven, no sin razón, como un impúdico intento de justificar lo injustificable.
Esta victimización tiene sin duda raices antropológicas, psicológicas, sociales e incluso políticas, y desde el punto de vista psicológico se fundamenta en un intento por engrandecer o modificar los detalles de una vivencia o una historia, con el fin de que sea percibido desde la óptica de una victima, con el objeto de despertar la empatía del entorno hacia quien habria sido ultrajado de alguna forma, sea por personas, organizaciones institucionales u otras, y así obtener el afecto y el apoyo para acceder a beneficios de diferente índole, sea en lo emocional, social, laboral, educacional, jurídico o patrimonial.
Situación que si bien suele corresponder a determinados trastornos psicológicos en lo personal, puede también trasladarse hacia lo comunitario y lo social sea por contagio, imitación o bien ser inducido por determinadas ideologías, en una trama extremadamente compleja en que suele ser en extremo difícil sino imposible identificar sus verdaderas raíces.
Pero lo verdaderamente peligroso comienza cuando la auto-victimización se expande como un reguero de pólvora. Cuando el victimario se asigna a sí mismo la calidad de víctima y piensa que en justicia tiene derecho a tratar de obtener lo que cree le pertenece a través de la violencia. Pero eso no es lamentablemente todo: cree que como se ha transformado en victimario porque es a su vez una victima, no puede ser juzgado ni condenado porque se le sometería nuevamente a la condición de victima (victimización secundaria).
En otras palabras, en su caso no serían aplicables ni justas las leyes que rigen en el país para todos los ciudadanos, con lo que se estaría creando una nueva categoría de ciudadanos no sujetos a la legislación vigente. Una especie de casta especial de “intocables” por la ley; merecedores por tanto de un perdón o amnistía debido a que en su calidad de victimas estaría a resguardo de una re-victimización a través de una condena por sus actos.
En consecuencia ellos serían los únicos verdaderamente merecedores de reparación, aunque hayan cometido graves delitos, debido a que lo hicieron en su calidad de víctimas.
Curiosa e incomprensible manera de acceder a lo que conocemos como actos de justicia.
Dr. Gonzalo Petit
Médico