Hace algunos meses algunos acusaban a la prensa de querer generar un ambiente de temor, esgrimiendo algún interés político para culpar al gobierno por la inseguridad en el país. Hoy resulta imposible tapar el sol con un dedo y aunque da angustia muchas veces ver los noticieros, es inevitable no terminar enterándose por redes sociales o algún mensaje en chat familiar de algún hecho delictual que llega cerca, que toca, que hace sentir la inseguridad en un entorno próximo.
Y es que además las características de los delincuentes son diferentes de los de hace 15 o 20 años. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, pero la delincuencia siempre ha sido un problema en la historia de la humanidad. La diferencia quizás es que hace años existían algunos códigos propios del hampa, que respetaba a adultos mayores o abuelas desvalidas, que no ingresaba a casas que estuvieran habitadas por familias con niños, que no atacaban a mujeres solas, que no generaban daño físico si no eran directamente atacados. En fin, tal como en la guerra existen ciertos códigos, el delincuente chileno antiguo probablemente era más de hurtos que de robo con violencia en las cosas o a las personas. Era más temeroso de la autoridad y de alguna manera era consciente de que lo que hacía era algo malo, contrario a la moral y que generaba daño. No se trata de idealizar a un prototipo de delincuente, sino de observar que algo ha cambiado.
Hoy se mata por matar, se asalta a adultos mayores con violencia, se roban autos con niños dentro, se puede maniatar a una familia completa. Y así da la sensación de que no hay espacio seguro.
La pregunta es qué sucedió en este tiempo en el que que se generó ese cambio. Por una parte, la penetración del narcotráfico internacional es evidente, pero en el caso chileno podemos concluir que el estallido social y sus manifestaciones delictuales tuvieron un efecto más bien permanente en toda una generación de jóvenes, que probablemente veía a la distancia la delincuencia, pero que en esos meses estuvo encima de saqueos, que participó activamente o como testigos en batallas campales contra carabineros, destrucción de mobiliario público, etc. En fin, lo que se denomina como ANOMIA. Una falta de respeto a la norma explícita y consciente. En que no se le reconoce ningún valor al orden social.
Ya en ese año 2019 escribíamos una editorial sobre el efecto a largo plazo de ese desorden, ese caos, que sin duda incubó en el inconsciente de muchos jóvenes de esa época la idea de que se puede disponer de lo ajeno, que puedo tomar lo que no me pertenece, puedo ir contra la ley sin pudor ni miedo.
Hoy la pregunta es qué hacer, cómo remediar a parte de esta generación cuyos valores no cuajan con el orden social. Para quienes ya salieron de la edad escolar y respecto de quienes el estado no tiene mucho que ofrecer más que una cárcel cuando infrinjan la ley.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo