Lo que fue y ya no será

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La rueda del tiempo gira sin cesar, no conoce la espera ni la misericordia. El ayer transcurrió tras un suspiro, el hoy es un amanecer inevitable y el futuro permanece oculto en la penumbra de los sueños.
En eso estamos, en el aquí y el ahora que nos acompañará brevemente y llegará el mañana que se anuncia mientras caminamos por esa misteriosa cinta sin fin. No conocemos sus límites ni cuál es su comienzo y mucho menos el destino adonde nos conducirá, pero sabemos que nos acompañará inevitablemente hasta nuestro último suspiro.
Esperanzas vanas o fundamentadas serán nuestras inseparables compañeras de viaje. Lo que fue y ya no será continuará tañendo y resonando para siempre en nuestra memoria y alimentando nuestro espíritu. Es que sabemos que lo que fue nunca más lo volveremos a encontrar, ya nunca más será. Forma parte de nuestra historia como un sello indeleble que no nos abandonará jamás.
Se trata de un sello imborrable que todos los seres humanos llevamos impreso en lo más profundo de nuestro espíritu. Algunos pueden llevarlo con alegría y esperanza y otros con arrepentimiento y desesperanza por lo que no fue o simplemente no pudo ser. Dependerá de lo vivenciado por cada cual, añorando siempre atesorar aquellos momentos felices y borrar de la memoria todo aquello de mejor no recordar.
Fiel reflejo de nuestra naturaleza humana que nos ha sido regalada desde el principio, mucho antes de siquiera nacer y de la cual nos es imposible escapar. Siempre habrá cosas que no imaginamos vivir como otras que hubiéramos querido vivir, junto a otras que simplemente se nos escaparon de las manos.
Sólo nos queda preguntarnos el por qué. Quizás exceso de confianza en nosotros mismos, en aquellas verdades que nos creamos y en nuestras capacidades que suponíamos infinitas, o en nuestro afán de mantener todo bajo control de acuerdo con lo que nos dictaba nuestra voluntad. Lo más probable es que se trate de un cóctel de sabor más bien amargo. Quizás de unas gotas de impulsividad sumado a un chorro de imprudencia, una dosis de soberbia y falta de solidaridad, otra de egoísmo y falta de decisión en el momento en que era oportuno.
Producto quizás de esa desconfianza innata e inseguridades atávicas que todos llevamos adentro y que nos cuesta tanto encauzar hacia los canales adecuados como también mantener bajo llave. A veces se nos pierde la llave de la cerradura y nos olvidamos de ella, pero no por mucho tiempo, su presencia es omnipresente.
Siempre buscará la manera de aflorar y hacerse presente. Se trata quizás de uno de los pilares fundamentales que nos alejan unos de otros y no nos permite construir una verdadera comunidad de hermanos, todos de un mismo origen y destino, firmemente afianzado los unos en los otros. Falencia cada vez más acentuada con el correr del tiempo que vivimos y que podríamos considerar como nuestro verdadero “pecado original”.
Superarlo no basta sólo con desearlo. Como todas las cosas en nuestra vida es necesario luchar para conseguirlo. No podemos retroceder en el tiempo, lo que fue ya no volverá. Pobre consuelo es quejarnos y mantenernos añorando un imposible. Lo único factible es construir puentes y restablecer nuestros vínculos tan desgastados que han perdido hasta su brillo.
Deshilachados como están ya no nos resultan atractivos por lo que tenemos que encontrar maneras de re-encantarnos con ellos para que vuelvan a iluminar nuestra vida. Si no lo hacemos permaneceremos en la penumbra, caminando a tientas a riesgo de caídas que nos dejarán más magullados de lo que ya estamos.
Levantemos la mirada y saquemos las escamas que cubren nuestros ojos, igual que Pablo de Tarso luego de su caída camino a Damasco. Si él pudo hacerlo lo podemos hacer también cada uno de nosotros. Si nos esforzamos podemos llegar a vivir ese “momento de la verdad” en que se decide el transcurso de nuestra existencia. Cada uno tiene ante sí la oportunidad de convertirse en un “hombre nuevo”. Existen muchos caminos y cada cual tendrá que esforzarse y reflexionar en profundidad para descubrir el camino más adecuado. Quien lo descubra y decida recorrerlo renovará su vida y contemplará jubiloso el arcoíris de opciones que tanto anhelaba para ser feliz.

Dr. Gonzalo Petit
Médico