¿Tenemos suficiente variedad de productos alimenticios en nuestra región? Una pregunta que resulta casi ofensiva para quien conoce la riqueza de nuestros valles y mares.
Pero no tan ofensiva si revisamos las cartas de los restaurantes locales en las que abunda la reineta proveniente de Lebu, el pollo o las hamburguesas (con papas fritas y ketchup).
De hecho hace más de 15 años se hablaba con fuerza que en nuestra región éramos productores de casi todos los productos de la dieta mediterránea, los más saludables y nutritivos productos para una alimentación adecuada. Nos potenciábamos como la Región Estrella “Potencia Agroalimentaria”.
Somos “la zona” productora de caprinos en el país, con carne, leche y quesos. Cientos de hectáreas producen aceite de oliva y aceitunas de todo tipo. Nueces, frutos secos, arándanos, chirimoyas, papayas, infinidad de hortalizas y verduras de exportación. Cítricos de excelencia y mostos delicados y sofisticados. Del mar somos líderes en calidad de ostiones, locos, ostras, peces de cultivo, erizos, peces de peña, algas de todo tipo que van a exportación y un largo etcétera.
Pero algo sucede que todos estos productos son escasos y no abundan en las cartas de los restaurantes de nuestra zona. Y si averiguamos un poco más, no se debe a desinterés de los locatarios, sino principalmente a que existen brechas de producción que impiden una adecuada cadena de comercialización. Desde los permisos sanitarios hasta los registros de origen.
Es cierto que se han hecho importantes esfuerzos como el proyecto Transforma Caprino o el proyecto de productos del mar “MásMar”.
Sin embargo, todavía nos queda camino por recorrer para adueñarnos de nuestras propias producciones, que van a parar muchas veces a exóticos mercados asiáticos o norteamericanos, pero que no abundan ni distinguen nuestra gastronomía local.
En esa inexistente “Estrategia Regional de Desarrollo”, debería considerarse este aspecto como muy relevante, si lo que realmente buscáramos fuera un desarrollo económico propio y con valor agregado. El salto necesario es acortar esas brechas que nos siguen manteniendo como provee-dores de materias primas para mercados externos. Se puede y quizás estas festividades sean el punto de partida para reconocer nuestra propia riqueza en nuestra mesa familiar.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo