Todos somos iguales: cuando en nuestra vida y en nuestro entorno fluye bien lo consideramos como algo normal y nos olvidamos que esto no sucede porque sí sino por la influencia de determinados factores que permitan que ello ocurra. Equivale en el fondo a lo que nos sucede cuando nos falta el aire que es cuando nos damos cuenta de la importancia crucial en nuestras vidas y en nuestra supervivencia como seres humanos.
Es también lo que nos ocurre en nuestro amiente social: cuando llevamos una vida ordenada y segura lo consideramos como algo normal olvidando que ello ocurre porque todos respetamos las reglas de la convivencia social y las obligaciones dictadas por nuestras leyes e instituciones fundamentales para nuestra vida en democracia.
Cuando esto se trastoca o se rompe es como si una bomba nos explotara en la cara y es desgraciadamente lo que nos ha sucedido en forma creciente durante los últimos años. Consecuencia de decisiones equivocadas y otras francamente tendenciosas incentivadas por agentes que pregonan descaradamente que “hay que darle inestabilidad al sistema”, frase pronunciada por un personero a inicios de nuestro actual gobierno que luego fue enviado como premio a representarnos como embajador a un país vecino.
A ello han contribuido innumerables situaciones y declaraciones desafortunadas que nos mantienen atrapados en un símil del “muro de los lamentos” al observar en calidad de testigos presenciales cómo nos vamos degradando cada día como país. ¡Cuánto me gustaría no tener que referirme a estas situaciones; referirme y reflexionar sobre temas más estimulantes que nos ayudaran a desarrollarnos en la mejor forma posible como ciudadanos y como país!. Pero la realidad nos sobrecoge, es imposible de eludir y nuestro deber ciudadano nos impulsa a intentar contrarrestar situaciones tan negativas en busca de la seguridad y la tranquilidad perdidas.
Si bien no cabe duda que hemos sido afectados por las consecuencias más negativas de la globalización, que desde luego nos aporta también muchas cosas positivas, no cabe duda por otro lado que hemos actuado con un sentido de solidaridad imprudente, olvidando aquella expresión popular que nos recuerda que “la caridad comienza por casa”, abriendo nuestras fronteras en forma tan amplia que ha contribuido a una inmigración rayana en un libertinaje irresponsable sin tener antecedentes fidedignos y responsables de quienes ingresan a nuestro país y cuáles son sus intenciones, otorgando incluso el status de inmigrante regular a todo aquel que lo haya hecho en forma irregular mediante el subterfugio de auto denunciarse o declararse familiar de otro inmigrante en situación regular sin establecer grados de parentesco confiables.
Pero lo más grave y preocupante de todo es el ingreso de bandas delictuales organizadas desde el extranjero que encontraron entre nosotros una tierra virgen para cometer delitos a su antojo con lo que buscan enriquecerse a nuestra costa mientras nosotros nos empobrecemos debido a que el Estado tiene que invertir cada vez más recursos para combatirlos y mantenerlos a raya con escasas posibilidades de erradicarlos en forma definitiva, al menos en ell corto plazo. A consecuencia de ello el Estado dispone de menos recursos para invertirlos en beneficio de nuestro país y sus ciudadanos. Por si no nos hemos dado cuenta: las organizaciones delictuales se enriquecen y nosotros nos empobreceos. Mal negocio para nosotros como país.
Es así como nos hemos ido disgregando y perdiendo a pasos acelerados lo que realmente significa nacer en este suelo que nos pertenece y que identificamos como nuestra Patria. Otros nos han invadido y pretenden usufructuar de ella mientras nosotros nos escondemos asustados y ni siquiera apoyamos como corresponde a quienes nos defienden: las fuerzas de orden y seguridad. A quienes les amarramos las manos frente al actuar de la violencia delictual que no vacila en disparar de entrada asesinando a quien se le oponga dejando un reguero de víctimas. A nuestros Carabineros en cambio se les exige identificarse y mientras lo hacen los asesinan.
Si a esto agregamos que no tenemos clara conciencia de nuestro sentido patrio, que ya no se enseña en forma obligatoria desde el inicio en nuestros colegios, no cabe duda que vamos camino a una “tormenta perfecta”. Hemos olvidado que como expresaba recientemente una columnista de un medio nacional: “CHILE COMO PATRIA ES ALGO QUE SE SIENTE EN EL ALMA”. Mujer tenía que ser quien nos lo recordara. Aún es tiempo de recuperar el alma de Chile.
Por Dr. GONZALO PETIT / Médico