Un padre que perdió un hijo jamás termina su duelo. Lo mismo probablemente de una esposa respecto a su marido. En principio el duelo es un sentimiento más o menos permanente, que nace de una respuesta natural y emocional que en el caso de los asesinatos y desaparición de personas producidas por el golpe de estado de 1973 ha sido un proceso traumático, tanto individual como socialmente.
A nivel personal, una de las herramientas útiles para sobrellevar el duelo es la generación de espacios seguros para expresar libremente las emociones, una tarea individual que normalmente necesita apoyo profesional. Además, en nuestro país han existido diversos procesos de investigación, sanción, reconocimiento, memoriales, museos, apoyo económico a las familias. Probablemente no suficiente, pero como país se han hecho esfuerzos contundentes en esa línea, que son difíciles de negar o minimizar.
Cuando se cumplen los 50 años desde el golpe la pregunta es cuánto tiempo debe durar el duelo social por estos hechos tan traumáticos. Algunos apoyan la idea de dar vuelta la página, otros, proponen mantener la herida viva. Aunque en ambos casos queda la duda sobre el verdadero interés político, la conveniencia mezquina tanto de olvidar como de mantener latente la figura de Pinochet, ya sea para borrar esa historia que incomoda a algunos o para justificar o validar el discurso y la cohesión política de otro sector.
La revolución de 1891 dejó entre 15 mil y 20 mil muertes que seguramente mantuvieron dividido al país por largo tiempo, pero, en algún punto pasó a constituir una experiencia histórica.
Hoy en ambos bandos se esfuerzan por idealizar a los personajes, por evocar los hechos como una lucha de héroes contra villanos, blanco o negro, el bien contra el mal, proyectando el escenario hasta el día de hoy. Probablemente usted mismo, en esa lógica, al animarse a leer esta editorial lo hizo para averiguar si apoyaba a los unos o a los otros.
Pero el sentido común indica que ese duelo pertenece en primer lugar a quienes vivieron en carne propia el proceso y son ellos los que deben dar las señales respecto a cómo seguimos avanzando como país. Son ellos los primeros, en especial los líderes políticos los que idealmente deben proponer caminos de futuro, tolerancia, amistad cívica y aprendizaje histórico y político. En Chile necesitamos liderazgos políticos genuinos y con visión de Estado, que sean capaces de conducir el futuro del país, generando acuerdos y unidad.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo