El servicio público durante muchos años ha tenido una mala fama bien ganada. Al menos las quejas eran correlativas no sólo con una carencia material, con una evidente escasez de recursos e infraestructura, sino que también con una disposición de parte del empleado público que permitía con razón todo tipo de parodias, burlas y representaciones humorísticas que ironizaban con un estereotipo vetusto, añejo, burocrático y despreocupado del sentido de su servicio.
Sin embargo, si hay algo positivo que ha quedado de la pandemia es una creciente conciencia instalada el menos en los equipos de salud, respecto a la dignidad del paciente, la importancia vital del rol que los funcionarios de la salud cumplen en momentos cruciales y significativos de las personas y que – a pesar de posibles carencias materiales- una buena atención puede marcar una profunda diferencia en la percepción del paciente y su entorno familiar.
Pero qué gana el funcionario siendo más gentil, más humano o dándose un tiempo para escuchar y responder. En principio en forma directa no gana nada, pero a la larga el ambiente laboral sin duda se torna más llevadero y la satisfacción que se siente en la retribución del paciente y su familia es motivación suficiente para seguir mejorando.
Quizás a usted que lee estas líneas le ha tocado alguna experiencia puntual diferente, pero lo cierto es que desde la percepción pública y decenas de ejemplos que han llegado a nuestra redacción, la calidad de la atención de salud ha cambiado profundamente para mejor, dando un nuevo nivel, un nuevo parámetro, una nueva vara para medir al funcionario público de salud.
Hoy sin duda se toman decisiones más pensadas que antes, se razona con más sentido práctico y se considera de otra forma la entrega de información. Hoy a pesar de las posibles descoordinaciones se está trabajando de mejor manera y esto es digno de destacar y felicitar.
Es de esperar que otros funcionarios públicos asumieran el mismo trato de calidad. Es de esperar que esta maldita pandemia deje rastros de bondad y buen servicio que permitan pensar en que todo el sufrimiento vivido ha valido la pena.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo