Una de las palabras que más se repite en nuestro país durante los últimos tres años es la urgente necesidad de cambios en prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad, sea en la política, la educación, la interacción social, las instituciones públicas y privadas, en la organización social e incluso en la intimidad del alero familiar, especialmente en cuanto a miradas y decisiones relacionados con los valores que mantienen a la familia unida.
Curiosamente la mayoría anhela y espera que a través de una elección popular sean elegidos agentes oficiosos que contribuyan a realizar todos aquellos cambios tan largamente anhelados mientras una mayoría silenciosa toma palco para opinar sobre la marcha del proceso, en especial para criticar, muchas veces con rudeza, sea a través de declaraciones o manifestaciones públicas no siempre pacíficas, todo aquello que no va de acuerdo con sus expectativas, se trate de los tiempos establecidos o decisiones acordadas.
Olvidando que ser agentes de cambio no significa exclusivamente propiciar cosas novedosas sino también corregir aquellos errores por todos conocidos que han conducido a un perjuicio plenamente demostrado., Uno de ellos lo constituye sin duda la decisión de aumentar excesivamente el número de parlamentarios bajo la creencia de que propiciando una mayor participación de las diferentes corrientes de opinión se iba a obtener una mayor eficiencia en el sentido de cubrir mejor el espectro de necesidades de los ciudadanos.
Lamentablemente la realidad nos ha demostrado porfiadamente lo contrario. La acentuada deficiencia de la labor paralamentaria se encuentra a la vista de todos y ha cundido el desorden a causa de la excesiva fragmentación política que bloquea constantemente la búsqueda de acuerdos que permitan destrabar el sistema y sacar adelante proyectos emblemáticos largamente anhelados por quienes permanecen frustados en sus expectativas.
Un factor muy importante lo constituye sin duda la edad de los candidatos a parlamentarios. La experiencia nos demuestra una y otra vez que una persons inicia en promedio su proceso de maduración hacia la vida adulta entre los 25 y los 30 años, el que alcanza su plenitud entre los 35 y 40 años, para lo que no hay que recurrir a sesudos estudios para confirmarlo, basta simplemente con la experiencia que nos depara la vida. Es necesario reconocer en todo caso que existen a veces no siempre honrosas excepciones; si bien hay quienes maduran precozmente los hay también aquellos que no maduran nunca y que siguen actuando como adolescentes todo el transcurso de su vida.
Factor fundamental son los profesores, que permanecen habitualmente cobijados bajo el paraguas del adagio que afirma que “lo que por sabido se calla, por callado se olvida”, a quienes pocas veces se le reconoce su tremenda responsabilidad de formar a los ciudadanos del futuro. Es algo que por obvio se calla y justamente por ello se olvida, no solamente como concepto sino también en el apoyo que requieren en su misión fundamental para el desarrollo humano y social.
“La enseñanza de los niños es tal vez la forma más alta de buscar a Dios; pero es también la más terrible en el sentido de tremenda responsabilidad” (Gabriela Mistral).
Es por ello que los profesores deben constituir siempre los agentes de cambio más poderosos con que cuenta una sociedad. Ello requiere desde luego de una buena formación para que tomen plena conciencia de esa tremenda responsabilidad que portan sobre sus hombros como profesionales dignos del más amplio aprecio y respeto en su cometido. No como simples funcionarios instructore sino como formadores de las futuras generaciones, y para ello necesitan formarse primero en una cantera adecuada.
Constituye una realidad incuestionable que requiere ser ampliamente reconocida y valorada no solamente por los políticos sino sobre todo por los padres y apoderados como también por la ciudadanía entera. Si bien los profesores no son los únicos agentes de cambio; a cada cual le corresponde lo suyo, sin olvidar un concepto básico que rige para toda persona en su relación con otro: si espero que el otro cambie debo comenzar por cambiar yo primero y no presionar y exigirle al otro que lo haga. Es la única manera de tener éxito para conseguir un cambio en una relación entre unos y otros; en el fondo de madurar en la relación interpersonal. Olvidarlo puede constituir un error con graves e impredescibles consecuencias en el futuro.
Dr. Gonzalo Petit
Médico