Que lejos nos encontramos de aquel Shangri La, lugar utópico y paradisíaco, evocado en los montes Himalayas, que noa describe James Hilton en su conocida obra “Horizontes perdidos” publicada el año 1933, que es considerada hasta hoy el prototipo de una metáfora de una búsqueda de la sociedad perfecta fundamentada en la espiritualidad oriental.
Hilton nos presenta una sociedad pacífica gobernada por sabios lamas en la que reina la paz y la armonía social, en la que los protagonistas aterrizan por accidente y son conducidos hacia un monasterio en el valle de Shangri La donde son atendidos esplèndidamente por sus anfitriones en un oasis de paz nunca antes experimentado por ellos. Con el tiempo van conociendo el origen del monasterio y las leyes que rigen en el valle, basadas en la moderación y el respeto, y al final aprenden que para quienes viven en ese valle el tiempo no corre gracias a una planta propia del lugar y a la atmósfera que reina en Shangri La. Además que allí no reinan los mejores ni los más fuertes y que buscan que perdure la cultura y la verdadera esencia del espíritu humano, reflejada en la percepción y la oportunidad de alejarse de la amenaza de una gran guerra que podría destruir a la humanidad y la obsesión por la vida eterna de su protagonista principal.
Esta imagen utópica de un gobierno perfecto basado en la sabiduría, destinado al cultivo del espíritu y el desarrollo de una sociedad perfecta, ha tenido una amplia repercusión en múltiples ámbitos sociales y culturales en una humanidad en busca permanente de desarrollarse y perfecionarse a sí misma. Tarea obviamente inconclusa, más bien apenas esbozada, que permanece en el limbo de las buenas intenciones hasta nuestros dias. En que reina el abuso de poder y la violencia, la mentira y la corrupción rampante, las manipulaciones y el sometimiento de los más débiles y vulnerables, el hambre no solamente de alimentos sino de múltiples necesidades insatisfechas, la falta de amor y acogida, la falta de identidad y de pertenencia, de racionalidad y coherencia, y sobre todo falta de fidelidad a la palabra empeñada.
Poco más podría agregarse para definir en detalle la realidad del mundo actual de la que todos somos testigos y nuestro país no está lamentablemente exento de ella. Lo vemos a diario a nuestro alrededor reflejada en la desconfianza de unos con otros, el nivel de violencia creciente tanto en lo urbano como en lo rural, en la falta de escucha y de diálogo que impide llegar a acuerdos amparados en la razón, único camino para organizarnos y mantenernos dentro de un orden establecido que nos permita proyectar un horizonte promisorio hacia el futuro.
Todo indica que no sólo hemos extraviado el camino sino que hemos perdido el horizonte. No sabemos hacia donde vamos en medio del vaivén y el desconcierto de la política contingente. Sin una orientación clara en un ambiente en que los parlamentarios no consiguen ponerse de acuerdo en las líneas fundamentales, ignorando toda conducta ética, preocupados exclusivamente de sí mismos, empecinados en conservar o adquirir más poder, olvidando los verdaderos intereses del país. Chuteando para adelante durante años proyectos emblemáticos y extremadamente necesarios poniendo trabas de última hora a través de indicaciones que los entraban con el único propósito de que el adversario político no gane un punto a su favor.
Así va transcurriendo el tiempo en forma inexorable y las cosas no se solucionan como debería ser, y es muy probable que muchas personas piensen a estas alturas que los parlamentarios son las únicas personas en el país a quienes se les paga aunque reincidan en cometer errores a propósito y en forma impune, en base a artimañas de todos conocidas. Los hay que se declaran “en reflexión”, actitud que podría traducirse como “estoy analizando si me conviene o no me conviene votar a favor o en contra”, de cara a sus proyecciones electorales.
Tampoco faltan candidatos a la presidencia que nos proponen un programa que nos conduciría a un símil de aquel paraíso perdido que nos relata Hilton, en el que “todos vamos a vivir felices y a comer perdices”. Olvidando que todo cambio social radical termina habitualmente por devorar incluso a sus propios mentores, como ha sucedido tantas veces en la historia de la humanidad, sea la Revolución Francesa, la Bolchevique, la Nacional Socialista, la cubana, la venezolana y tantas otras. Esto nos obliga especialmente a poner ojo en los convencionales, entre los que observamos conductas bastante poco democráticas cuando una convencional revela con todo desparpajo que ella vota de acuerdo a lo que le indiquen como debe votar.
Dr. Gonzalo Petit
Médico