Dependencia Digital

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Algo realmente extraño ocurrió el lunes pasado. De alguna manera se puede decir que fue el día en que el mundo se detuvo. Hubo una larga interrupción del servicio de whatsapp y correo electrónico, además de algunas redes sociales.
Y por unas largas horas hubo quienes se sintieron huérfanos y se vieron forzados a levantar sus cabezas y mirar el entorno. Volver a esas épocas en que nos mirábamos a los ojos y nos saludábamos con atención. En que la espera era en silencio y calma y en que los viajes eran mirando el entorno por una ventana.

Este apagón que se produjo por más de seis horas a muchos hizo reflexionar sobre la forma en que estamos interactuando y cómo la pandemia a acelerado una forma impersonal y emocionalmente dependiente de la tecnología y en especial de las redes sociales.

Hubo una época en que el televisor fue considerado un artefacto endemoniado que mantenía idiotizadas a las personas embobadas por esas figuras que se movían dentro de una caja. Hoy ese temor ya no existe como en esa época y parece algo anticuado hablarle a un niño o a un joven de una supuesta adicción a la TV. Pero sí podemos observar nítidamente cómo esa adicción se desplazó hacia los dispositivos móviles, quizás de manera momentánea hasta que aparezca un dispositivo de realidad virtual y otro artilugio que nos distraiga de la realidad.

Hoy más que nunca podemos comprobar cómo es que en la ecuación comunicacional no somos destinatarios finales de un mensaje sino que somos el producto mismo que sirve a grandes corporaciones que lucran con nuestra atención desmedida.

Sin duda las redes sociales son útiles y no pueden ni serán eliminadas. Menos aun cuando asumimos que hay empresas y personas que hoy sustentan sus negocios en esta herramienta.
El asunto es que necesitamos revisar nuestras conductas, limitar el uso de los dispositivos y no olvidar el contacto directo, el cara a cara y el contacto personal con quien tenemos a nuestro lado.

Victor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo