La vida nos enseña muchas cosas y una de las principales es que no podemos olvidar jamás que si bien todos somos iguales no todos los iguales son iguales. Si bien todos lo somos como ciudadanos de nuestro país ante la ley y los derechos básicos, todos somos diferentes como personas, con pensamientos, necesidades, anhelos y sobre todo en cuanto a nuestra visión sobre la vida. De hecho hemos nacido en familias diferentes y son diferentes también nuestros ancestros y nuestras vivencias desde que abrimos los ojos en este mundo, que puede ser maravillo para algunos y decepcionante para otros.
Si fuésemos todos iguales como personas seriamos clones o bien robots previamente diseñados por algo o por alguien para recorrer un camino predeterminado. E incluso sospecho que los clones no serían exactamente iguales en lo que respecta a su vida interior, sus pensamientos, reflexiones y acciones que estoy seguro serían con frecuencia no solamente contradictorias sino simplemente contrapuestas: lo que sería deseable y correcto para algunos sería exactamente lo contrario para otros.
De allí entonces no debería extrañarnos que en nuestra calidad de seres humanos tengamos diferentes visiones sobre la vida y la forma de resolver nuestros problemas, y la única manera de vivir en paz y no vivir en una eterna disputa es comunicarnos unos a otros y ponernos de acuerdo en la forma como revolverlos de la mejor manera, procurando que nadie quede fuera ni sea avasallado, convirtiéndose en enemigo de por vida.
He aquí otra lección de vida que necesitamos imperiosamente aceptar y entronizar tanto en lo personal como en lo social a través de un sano proceso de maduración ciudadana para que reine en plenitud la paz en el corazón de cada integrante de la sociedad que nos cobija y a la que tanto le debemos, a pesar de los avatares que puedan habernos sacudido en nuestra vida. Nos guste o no nos guste, pertenecemos y nos debemos a ella, es nuestra esperanza y nuestro seguro ante la incertidumbre del futuro.
No todos los iguales somos iguales, pero si no caminamos juntos y nos entendemos en las cosas fundamentales que nos atañen a todos vamos a ir dando pasos agigantados hacia el precipicio de la división y el enfrentamiento que puede destruirnos no solamente como país y como sociedad sino también como personas. Y todos podemos darnos cuenta desde ya lo difícil que es volver a recuperar altura desde lo profundo de un precipicio.
Tengámoslo especialmente en cuenta especialmente en estos momentos en que nos encontramos dando los primeros pasos para elaborar una nueva Constitución en que estamos observando divisiones que ni siquiera hemos observado en nuestro parlamento pese a la enorme división que reina en su interior. Negarse siquiera a escuchar a quienes piensan diferente y escuchar solamente a quienes piensan como nosotros es un muy mal presagio. En un país que anhela vivir en paz y en plena democracia equivale a lo que en lenguaje vulgar se llama “mostrar la hilacha”, si consideramos que se trata indudablemente de una actitud dictatorial propia de regímenes políticos tiránicos que la experiencia nos confirma que nunca han solucionado realmente los problemas de los ciudadanos sino todo lo contrario, los han introducido aún más profundamente en un túnel sin salida.
Confiemos en que los constituyentes van a reaccionar a tiempo y no contribuyan a enrarecer aún más el ambiente social y político de suyo inestable e impredecible. Todos pensamos diferente y tenemos la obligación moral de escucharnos y no escudarnos en una pretendida superioridad moral. Es un camino que no nos conduce al entendimiento que necesitamos a través de un diálogo productivo y fecundo. Para ello requerimos de un espíritu sereno y un corazón en paz. De lo contrario vamos a desencadenar aquello que ninguno de nosotros desea: desarticular nuestro país y conducirlo a una nada sin tener en absoluto la certeza que lo que vendrá será mejor de lo que ya tenemos y nos merecemos.
Dr. Gonzalo Petit
Médico