Vivimos en un ambiente tan convulsionado que nos cuesta un gran esfuerzo levantar cabeza para mirar al menos con un dejo esperanza el horizonte. Hacia donde dirigimos la mirada reina la incertidumbre. Nada parece seguro, ni siquiera nuestra propia vida. Es como si estuviéramos inmersos a interior de una juguera que gira y gira sin parar, arrastrándonos hacia el fondo, impidiéndonos visualizar con claridad cuál va a ser nuestro siguiente paso, sin encontrar nada que nos oriente y constituya un asidero mientras experimentamos la desagradable sensación que se va poco a poco licuando nuestra vida.
Al mismo tiempo visualizamos a nuestro alrededor tantas vidas que no recorren un camino definido y donde más se nota es especialmente en nuestro sistema educacional, al que se han ido sumando cada vez más almas perdidas. Es allí donde observamos tantas vidas desordenadas, abandonadas y faltas de esperanza, que no tienen claridad sobre lo que significa asistir a un colegio, al que asisten generalmente por obligación, porque hay que hacerlo, porque sus padres los han obligado, confiando en que allí serán mejor resguardados.
Muchos asisten como verdaderos zombies, en especial en los ambientes más vulnerables. Irritables y frustrados ante una realidad que no alcanzan a comprender, que los inducen a adoptar actitudes violentas que los sumergen aún más en un submundo del que les será imposible escapar sin la ayuda de quienes tengan como vocación el cambiar vidas. Si bien los profesores no son los únicos llamados y responsables al respecto, constituyen sin duda la primera línea en lo vivencial y se juegan en ello su verdadera vocación pedagógica. Esto significa que si bien su misión tradicional ha sido siempre formar, educar y orientar a sus alumnos, en la actualidad se les ha sumado con frecuencia creciente la misión de cambiar vidas. Situación hasta ahora impensada y extrema en la práctica, que la cruda realidad nos revela como cada vez más necesaria debido a la disgregación progresiva del entorno familiar de donde provienen los educandos, una realidad que no es fácil de asumir y sobre todo de contrarrestar y encauzar. Afortunadamente vemos con esperanza que muchos profesores han percibido con meridiana claridad esta trágica realidad.
Es algo que hemos podido confirmar en su máxima expresión a través de una entrevista publicada recientemente en un medio de comunicación escrita a nivel nacional. Realizada a un profesor que hace un año vivió una experiencia traumática extrema al ser agredido en su colegio por un adolescente de 17 años al que le advirtió que repetiría de curso que, enfurecido por esta advertencia, le propinó una brutal golpiza resultando con su rostro fracturado, de lo que le costado mucho recuperarse, motivo por el cual se atrevió a denunciar el hecho a la justicia que condenó por primera vez a un estudiante por la brutal agresión hacia un profesor de su colegio.
Ante esta situación el profesor insiste en que no podemos normalizar la violencia no solamente en los colegios sino en toda nuestra sociedad, que todos los profesores asisten a sus trabajos con temor a ser insultados y agredidos física o psicológicamente, que el sistema educacional no los protege en absoluto y que muchos padre justifican el mal comportamiento de sus hijos y enfrentan a los profesores haciéndoles responsables de sus fracasos escolares.
Recuerda que inicialmente se matriculó en ingeniería industrial que abandonó a corto plazo impulsado por su vocación pedagógica y la reacción inmediata de su entorno fue decirle que si acaso estaba loco, que tenia cerebro para más y que con lo poco que ganaría no podría formar y financiar los gastos de una familia, lo que lo ayudó a tomar conciencia de cómo la sociedad ha desprestigiado el trabajo de los profesores e incluso ha normalizado la falta de respeto hacia esta profesión y que muchos profesores se sienten como un saco de boxeo a golpear impunemente.
A pesar de todo reconoce que todo esfuerzo pedagógico bien vale la pena cuando se aprecian alumnos que evidencian sus ganas de aprender y se comportan adecuadamente, aunque generalmente son pocos. Tanto los profesores como los alumnos son primero personas, que al no relacionarse en forma adecuada experimentan un desgaste anímico progresivo que suele conducir a situaciones peligrosas. Finalmente afirma que a todo profesor le entristece que existan alumnos que se pierden y que lo que realmente desean es que todos ellos tengan la expectativa de una vida mejor y que amplíen sus horizontes. En otras palabras, su gran aspiración es cambiar vidas y ayudarlos para que algún día que lleguen a vivir una vida en la plenitud que corresponde.