Si en algo nos hemos ido caracterizando durante los últimos años es la extrema impulsividad con que reaccionamos ante situaciones que nos impactan durante el acontecer nacional, fenómeno social que ha ido progresivamente en aumento exponencial. Tendemos a reaccionar en forma cada vez más destemplada en especial a través de las redes sociales que a estas alturas se han transformado en un verdadero resumidero de las más bajas pasiones humanas en que abundan las descalificaciones más violentas que se puedan imaginar.
Se han transformado así en una especie de subterráneo oscuro y tenebroso en el que las tinieblas no solamente empañan sino que bloquean e impiden la expresión de las ideas fundamentadas en la razón más elemental, eliminando de plano toda expresión fundada en la reflexión y la prudencia que las circunstancias aconsejan, situación que se exacerba en especial en el ámbito de la política ante la perspectiva de una contienda electoral.
No es fácil precisar el verdadero origen de esta impulsividad a flor de piel, pero no cabe ninguna duda que el uso masivo de las tecnologías ha formado parte importante de ello, sumado a lo acelerado de nuestra vida actual. Si bien han constituido una ayuda inestimable, han acelerado nuestro acontecer diario permitiendo que podamos realizar una mayor cantidad de cosas en una menor cantidad de tiempo con lo que nos hemos visto impulsados a apretar el acelerador en busca de sacarles el mayor provecho posible en vez de aprovecharlo en pos de una mayor tiempo en busca del relajo y el descanso.
Hemos olvidado aquel dicho que repetían nuestros ancestros acerca que “para hablar y comer pescado hay que tener mucho cuidado” en referencia al riesgo de que traguemos sin darnos cuenta una espina que se nos quede incrustada en la garganta causándonos gran dolor e incomodidad. Dicho popular que hoy podríamos reemplazar sin duda por aquel que nos recuerda que “para mentir y comer pescado hay que tener mucho cuidado”, dado que en ese caso las consecuencias pueden ser mucho más incómodas y dolorosas, situación que hemos podido comprobar tantas veces en nuestro acontecer nacional.
De lo que no cabe tampoco ninguna duda es que los medios formales de comunicación social han contribuido en forma eficaz a ayudarnos a descubrir mentiras ocultas que se han atragantado en la garganta de muchos que actualmente se encuentran contra la espada y la pared intentando justificarse y dar todo tipo de explicaciones, espoloneados por la incomodidad que significa haber sido puestos en evidencia, apoyados por un enjambre de abogados que se esfuerzan por ayudarlos a superar el impase muchas veces mediante triquiñuelas legales.
Pero si bien los medios formales de comunicación formales han constituido un aporte en este sentido es evidente que no están exentos de responsabilidad en cuanto a acelerar los impulsos de los ciudadanos a través de mensajes reiterativos apoyados por imágenes muchas veces destempladas relacionadas con actos delictivos que, si bien es necesario que estemos informados, el marco suele escapar de lo prudente.
Situación que quedó claramente demostrada durante los disturbios y saqueos durante el estallido social con evidente característica delictiva del 18 de Octubre de 2019 y semanas siguientes, en que la mayoría de los medios audiovisuales se inclinó claramente a exacerbar los ánimos convirtiendo los hechos en una especie de “reality show”, de lo que todos esperamos que hoy muchos deben estar arrepentidos.
Ante esta realidad evidente, para todos los ciudadanos de nuestro país constituye un deber elemental que cada uno de nosotros aprenda a actuar con prudencia y a controlar sus impulsos, canalizándolos adecuadamente, reflexionando antes de actuar en pos de la paz social y para nuestra propia tranquilidad interior. Respirando hondo y contando hasta 10 antes de reaccionar, tal como lo enseñamos a nuestros hijos. Si bien la impulsividad es una reacción propia de la naturaleza humana, aprender a controlar la impulsividad se encuentra en la cumbre del proceso de formación y la madurez como personas que viven en comunidad y que requieren inevitablemente de relacionarse con otros de la manera más razonable y armónica posible.
No podemos permitir que los avances de la tecnología nos impidan controlar nuestros impulsos y nos deshumanice sin retorno, transformándonos en sus esclavos para siempre.
Por Dr. GONZALO PETIT / Médico