El pasado año 2023 nos dejó junto al fenómeno del niño, uno de los años más lluviosos de los últimos 15 años y, a su vez, una nueva demostración de las graves consecuencias del inmovilismo político de nuestro país. La falta de inversión, de ejecución de proyectos, de soluciones de largo plazo, así como la gran cantidad de licitaciones desiertas, hoy mantienen a diferentes regiones sumidas en la desesperación de la sequía y la amenaza de la racionalización, dejando en el olvido y bajo tierra los 310 mm registrados en el reciente periodo.
Y es que, frente a la escasez de recursos hídricos superficiales, efectivamente pareciera que nos olvidamos del agua que tenemos reservada bajo nuestros pies. Expertos de distintos colores políticos y orientaciones académicas han destacado el aprovechamiento de las aguas subterráneas como una solución natural, efectiva, rápida, eficiente, sustentable y económica para atender los déficits superficiales y las necesidades de abastecimiento de la población, tanto en Chile como en otras ciudades del mundo, utilizándose como una herramienta de corto plazo que permitiría abordar la crisis actual y empalmarse con soluciones y obras futuras planificadas.
Lo que las autoridades políticas han hecho hasta la fecha para atender la crisis hídrica es desintegrado e ineficiente, concentrado en estudios y diagnósticos que no se han concretado en obras de magnitud. Además, en plazos que no calzan con la crudeza del problema, dejando transcurrir más de una década con las propuestas de solución sobre la mesa, producto de la falta de socialización y conocimiento de las mismas y la desarticulación de nuestros organismos públicos.
Esas soluciones siguen teniendo validez. ¿Qué hacemos entonces bombardeando nubes y esperando que caiga el maná del cielo, en vez de buscarlo donde sabemos que está, bajo nuestros pies? Mejor nos valdría volver a revisar y ejecutar las soluciones ya estudiadas, que seguir dando palos de ciego, haciendo como que se hace algo, pero empantanados en una inacción que nos tiene al borde de una crisis humanitaria.
Si bien en el país de los ciegos el tuerto es rey, mejor nos vale juntar varios tuertos que nos permitan mirar más allá de una sola solución y lograr una integralidad entre las distintas alternativas. Un ejemplo concreto es la planta desalinizadora para Coquimbo, sin duda una buena noticia frente a la urgencia, más no operará antes de los próximos siete años ni proveerá más agua que la que se requiere para el consumo humano. ¿qué pasará con el agua para los sectores productivos y con la pequeña y mediana agricultura, que dan trabajo y permanencia a una población?
La ejecución de proyectos de corto plazo que se complementen o empalmen en el futuro con la desalinizadora o con el rehúso del agua, como el aprovechamiento de las aguas subterráneas a través de la construcción de baterías de pozos con infiltración para abastecer a las localidades, elaborados a partir de un diagnóstico hidrogeológico de la zona y modelaciones proyectadas sobre la oferta y demanda de agua futura, son la única solución de corto plazo, de más rápida ejecución y de desarrollo progresivo, puesto que son modulares, además de ser parte de una solución integrada.
La falta de liderazgo, sea de una institución o de una persona que coordine los servicios y aúne los esfuerzos y lineamientos en la búsqueda de soluciones, no solo constituye una pérdida de oportunidad, sino también de recursos y conocimiento, generando en múltiples ocasiones la duplicidad de trabajos y mayor pérdida de tiempo. Sería esperable, que la gravedad y límite alcanzado derive en la consolidación de las soluciones propuestas en los estudios que los mismos organismos públicos han solicitado, para que las integren y focalicen en una dirección común.
Diego Carpentier, gerente general Hidrogestión.