Responder a esta pregunta es la motivación que guía el trabajo del Dr. Moisés Aguilera Moya, académico del Departamento de Biología Marina de la UCN, cuya investigación más reciente toma bahías de la región de Coquimbo, incluyendo La Herradura, como modelo de estudio. Los resultados serán publicados en la revista científica “Journal of Environmental Management“.
Esta línea de investigación, destaca, es inédita en Chile, y está centrada en el desarrollo de la teoría ecológica formal para proveer evidencia que sirva para la planificación o manejo costero.
Esta línea de investigación, destaca, es inédita en Chile, y está centrada en el desarrollo de la teoría ecológica formal para proveer evidencia que sirva para la planificación o manejo costero.
Ahondado en el tema, explica que, si bien, la urbanización en bahías es un fenómeno antiguo, en los últimos 50 años se ha registrado un aumento acelerado de la urbanización costera, dado el interés que la costa y las bahías en particular despiertan para el turismo y la recreación, incluyendo la construcción de segundas viviendas.
El problema, advierte, se presenta cuando las villas o pueblos costeros, con una población que no sobrepasa los 5 mil habitantes y con un grado de infraestructura urbana muy básico, comienzan a transformarse en ciudades, sin considerar una integración con los ecosistemas naturales adyacentes. Por el contrario, “la inadecuada planificación urbana se ha traducido en que los emplazamientos de infraestructura urbana lleven a la remoción o reemplazo completo de los hábitats naturales, como dunas, humedales y matorrales costeros presentes en esa área, disminuyendo así tanto su extensión como su conectividad”.
Este proceso, señala Aguilera, “causa un “copamiento” urbano de las bahías, como el que vemos en la Herradura, que, en vez de potenciar el crecimiento económico, comienza a mermar la sustentabilidad y a generar conflictos sociales y ecológicos”.
El caso más extremo, continúa, es el de las bahías convertidas en zonas de sacrificio industrial, como Quinteros o Mejillones, “que son los ejemplos más claros de la mala o nula planificación, lo cual está dejando un legado de conflictos ambientales críticos para las futuras generaciones”.
¿Cómo conciliar el crecimiento de las ciudades costeras con la protección de los ecosistemas?
Para el Dr. Aguilera, la respuesta está en construir “con” la naturaleza, un concepto, afirma, “que da cuenta de esta reconciliación ecológica de actividades humanas como la urbanización. Este es un “paradigma un poco más complejo que el de la sola conservación, o el de la plena construcción en pro del progreso económico, ya que implica integración de ambas visiones asociada al desarrollo sustentable”.
Su planteamiento es factible, señala, considerando la creciente conciencia de cómo la pérdida de ecosistemas y sus servicios se traduce en pérdidas inclusive de productividad económica y calidad de vida en las ciudades. No obstante, la investigación formal en ecología urbana costera – su área de estudio – no tiene más de 15 años, “y recién se están comprendiendo los efectos de la urbanización sobre los distintos tipos de ecosistemas costeros, marinos y terrestres”.
Sin embargo, destaca que, en algunos países como Australia, Reino Unido, Países Bajos, se están implementando cambios rápidos en la legislación y también en el diseño de construcciones costeras en función de los tipos o identidad de los ecosistemas naturales costeros presentes. “Todo esto, en pro de aumentar la resiliencia urbana frente al cambio climático”, declara.
Acciones para reducir la vulnerabilidad
En su investigación pronta a ser publicada por la revista científica “Journal of Environmental Management”, el Dr. Moisés Aguilera propone cuatro acciones complementarias para reducir la vulnerabilidad de los sistemas costeros urbanos.
En primer lugar, invertir en construcciones basadas en la naturaleza. “Por ejemplo, en varios países se han creado bancos naturales de bivalvos como las ostras, y/o se ha recuperado o construido dunas costeras, como una forma de mitigar los impactos de las marejadas, pérdida de playas de arena, aumentos futuros del nivel del mar, y/o reducción de contaminantes”.
Asociado a lo anterior, también sugiere recuperar aquellos hábitats naturales, como humedales, dunas o matorrales costeros, que han quedado atrapados en medio de las construcciones urbanas. Y en aquellos casos en que ya existen estructuras artificiales emplazadas, recomienda rehabilitar las comunidades o la biodiversidad en esa área mediante el trasplante de distintas especies. Esto, aclara, “es lo que se denomina ingeniería ecológica, en donde el re-diseño de las estructuras artificiales es ecológicamente guiado y se intenta diseñar fortificaciones o defensas costeras híbridas, con elementos naturales y estructuras construidas”.
Por último, pero no menos importante, en el caso de las villas o pueblos costeros, se debería legislar en función de reducir o impedir su transición a una ciudad. “Pueblos costeros, con una belleza escénica única en su simpleza y presencia de humedales, dunas y/o bosques costeros, han ido incorporando edificios, centros de abastecimiento y carreteras, que van mermando la sustentabilidad local debido al aumento en el consumo de agua y el uso territorial para grandes construcciones”. Esto, advierte, aumenta la vulnerabilidad de estos asentamientos costeros frente a eventos naturales drásticos como la sequía o lluvias extremas, aludiendo a casos como el del pueblo de Los Molles, “que sufrió importantes inundaciones en junio de este año en el sector de edificaciones nuevas contiguas a un humedal”.
Hacia nuevas estrategias
Acerca de su línea de investigación, la ecología costera urbana, el Dr. Moisés Aguilera precisa que “el contexto basado en la conectividad espacial entre ecosistemas que denominamos concatenación y la idea de que la urbanización interfiere o rompe esa concatenación, haciendo más vulnerables a los ecosistemas frente a futuras perturbaciones, es algo poco estudiado a nivel mundial”.
En Chile, agrega, es inédita y “está centrada en el desarrollo de la teoría ecológica formal, para proveer evidencia que sirva para la planificación o manejo costero”.
Entre los principales avances logrados junto a su equipo se cuentan haber documentado ampliamente la disminución en biodiversidad en las comunidades marinas asociadas a estructuras costeras artificiales como los rompeolas, que constituyen nuevos hábitats. También han documentado por primera vez a nivel mundial, cómo las estructuras artificiales costeras pueden constituir verdaderos focos de captación y acumulación de basura marina. Igualmente han constatado que las estructuras artificiales costeras podrían aumentar la temperatura en el ambiente costero al acumular mayor calor, información que también ha sido la primera evidencia a nivel mundial en este contexto. Y, mediante la interacción con grupos internacionales, han examinado el potencial de modificar, con diseños ecológicamente guiados, las estructuras artificiales costeras asociadas a los puertos para así aumentar la biodiversidad.
Todos estos avances, enfatiza el experto, “van en la dirección de proveer evidencia científica concreta que pueda ser incorporada en nuevos planes o estrategias de diseño y construcción en la costa”. Como ejemplo, señala que las construcciones costeras debiesen incorporar estructuras que tengan elementos espaciales que permitan incrementar la abundancia de especies nativas y que disminuyan la presencia de especies exóticas o invasoras, y la presencia de desechos. Además, que el diseño y material de construcción incorpore aspectos o características de las estructuras artificiales (ej. en su arquitectura) los cuales puedan reducir su potencial de contribuir al aumento de la temperatura local. Finalmente, la evidencia apunta a la reducción en la extensión de estas estructuras, y la incorporación de estrategias basadas en la naturaleza para la protección de la costa.
“Todas estas medidas son esenciales para el desarrollo sustentable”, finaliza convencido el Dr. Aguilera.